Gorriones.




Erase una vez dos gorriones, juntos uno a lado del otro sobre una rama. Compartían todo el día juntos los dos, cantaban juntos, recolectaban juntos semillas de los árboles, hasta armaron juntos un pequeño nido de ramitas y hojas que tan cuidadosamente formaron para abrigar a 3 pequeños huevos. Un día el gorrión le dijo a la hembra, "Debemos partir, la comida está escaseando y si no encontramos semillas en los bosques lejanos y las traemos hasta aquí para reforestar a los árboles muertos o caídos, pronto no habrá qué comer. Muchos árboles se están secando, además, hay una brigada que hará el viaje." La gorrión al oír esto se asustó, no podía irse, no sin sus huevos, y trasladarlos consigo no era una opción. "No podemos, no ahora, no puedo dejarlos acá, además, este es mi hogar, nuestro hogar." Al finalizar la discusión, acordaron de que el gorrión emprendería el viaje en busca de nuevas semillas mientras ella lo esperaría junto a sus huevos.

Y así fue.

El primer día se sintió sola, triste e indefensa en ese enorme árbol, a pesar de que oía cantar a otras aves alrededor, pero a decir verdad, nunca le dio importancia, todo este tiempo sólo le había importado él.

Un fuerte viento sacudió las ramas, la gorrión se asustó e inmediatamente saltó encima de sus pequeños huevos para protegerlos. De repente una sombra mucho más grande aterrizó junto a ella, era un pájaro carpintero. “Hola, ¿te encuentras bien? Supuse que tenías ciertos problemas por el aire así que vine a ver si estabas completa… Por cierto, soy Teo.” Ella aún estaba asustada, pero intentó calmarse, además, el carpintero se veía amable y se le hacía de cierto modo familiar. “H-hola, yo soy Zoca.” dijo tímidamente. “Sí, sé quién eres… solíamos volar juntos hace un tiempo atrás.” Y era cierto, Zoca logró recordarlo vagamente, cosa que era un gran esfuerzo porque desde que conoció a su compañero gorrión, olvidó todo su pasado, ya que para ella ya no era importante. “¿Necesitas compañía?” preguntó Teo. Zoca se ruborizó y con timidez asintió con la cabeza.

Resulta que Teo tenía su nido justo en frente del de Zoca, pero como era de esperarse, ella nunca se había percatado de ese detalle, cosa que explicaba por qué el carpintero sabía tanto de ella, a veces la observaba desde su rama.

Casi de inmediato, ambos entraron en confianza, inclusive, según el carpintero, ya habían sido amigos tiempo atrás, hecho que a Zoca le costaba recordar, pero no dudaba de que quizá fuera verdad.

Al principio Teo le hacía compañía, conversándole y oyendo las hazañas y pericias que el gorrión macho había hecho junto a ella, a pesar de su frágil memoria, a él no podía olvidarlo.

En los días siguientes, Teo tuvo el gesto de llevarle trocitos de fruta, Zoca se lo agradeció mucho, ya sentía un cariño especial hacia él, al grado de sugerirle que la lleve hacia donde encontró los frutos, él encantado aceptó.

Teo hacia buen tiempo que no regresaba a su propio nido, a pedido de Zoca que necesitaba su compañía durante el día y cuidado por las noches. Cada vez mencionaba menos al gorrión macho, y poco a poco los lamentos por su partida se fueron silenciando.
Zoca era quién ahora sugería volar juntos hacia otros árboles e incluso juguetear entre los arbustos, hace tiempo que no lo hacía ya que su prioridad había sido recolectar comida y cuidar de sus huevos. Teo estaba encantado de acompañarla, sobretodo porque había recuperado a una muy buena amiga del pasado.

Los rayos solares se filtraban meciéndose entre las hojas de los árboles, la vegetación estaba más verde que nunca y Teo recolectaba pedacitos de frutas que caían maduras en su pequeña bolsa que elaboró con hojas secas, para llevárselas a Zoca. Pero no pudo llegar a su destino. Se detuvo en una rama a pocos metros de donde estaba ella, junto al gorrión.

En los últimos días, varias aves estaban regresando a sus hogares, y Teo olvidó que el gorrión también lo haría muy pronto, y al parecer más pronto de lo que pensaba.

Zoca llenaba de pequeños piquitos al recién llegado, emocionada por su regreso. Él, con cierta solemnidad, depositaba el bolso que llevaba en su espalda llena de semillas.
Teo no quiso interrumpir la escena y decidió regresar a su árbol luego de bastante tiempo ya, apenado por lo que había visto, no la culpaba, pero su estado de ánimo contrastaba demasiado con el hermoso panorama primaveral.
Al día siguiente, escuchó un aleteo y se percató que el gorrión se había ido a recolectar semillas y a sembrar algunas. Teo aterrizó junto a Zoca y sonriéndole le entregó el pequeño paquete con frutas, Zoca no se notó tan entusiasmada con el detalle como las anteriores veces y lo único que hizo fue limitarse a agradecerle y colocarlas dentro de un hoyo en el tronco.

Teo la invitó a visitar juntos un pequeño arroyo que había encontrado muy cerca de ahí, pero inesperadamente Zoca se negó. “Lo siento, él ya vendrá y si no me encuentra aquí se preocupará, además, tengo que cuidar a mis huevos, lo lamento…”

Teo se quedó en silencio por un momento, observándola con tristeza, mientras ella daba pequeños saltitos acomodando el nido. “Bueno, yo… será otro día entonces, tengo que irme.” agregó Teo. “Quizá.” respondió ella distraída. Teo se despidió inclinando la cabeza y con un lento y melancólico aleteo se marchó de ahí. Sabía que ese “”quizá” era una probabilidad nula, ella ya no lo necesitaba más. Él la había perdido de nuevo, y lamentablemente, ella nunca más volvió a necesitarlo.


R.


....


Hace dos noches atrás estaba yo realmente mal. Bueno, no tanto, pero lo estaba. Ya saben, esas cosas que te pasan y te dejan pensando creyendo a veces que eres un tonto, o que la otra persona lo es, o que simplemente que la vida es una ruleta de ironías. Quería desahogarme, expulsar de una buena vez lo que atascaba la garganta de mi alma impidiéndome respirar en paz, y no se me ocurrió mejor idea que escribir un pequeño cuento, una parábola. Lo terminé en menos de una hora y sólo escribiendo lo que mi mente me disparaba, lo que tenía dentro, así que lamento si quizá la narrativa o la historia (o qué se yo) no está tan pulida, pero ya les expliqué el por qué, además tenía que escribirlo rápido, para que el sentimiento no se esfume y ya no poder poder reflejarlo en unas cuántas palabras, en un intento de cuento.

Si llegas a captar la intensión de esta lectura, quizá sentirás que esto te ha pasado antes, y que alguno de estos tres personajes silvestres te están interpretando. En ese caso, sólo me queda decirte que... lo lamento mucho.

R.