132 Primaveras.



Monólogo de una Muerte Anunciada.


—Papá, ¿cómo se fue el abuelo?
—Un día, dejando todo atrás, decidió sentarse en aquel muelle donde solía estar junto a tu abuela, frente al mar cuya marea finalmente acogería sus cenizas. La noción del tiempo se desvaneció a su alrededor, mientras él observaba las olas, tratando de descifrar algún mensaje oculto o recuerdo entre ellas. Pasaron los días, y la piedad llegó al llamado de su alma adolorida, convirtiéndolo en una garza. Y voló hacia el horizonte, voló hasta que se le marchitaran las alas, voló aferrándose a la esperanza de reencontrarse nuevamente con ella.
—Papá, ¿por qué muere la gente?
—Las personas mueren por exceso de felicidad, o porque simplemente las despojaron de ella. Supongo que a Dios no le gusta ver gente muy feliz, al menos no en esta Tierra. Al encontrar tu verdadera felicidad, ya no tiene sentido seguir sobreviviendo en este mundo, es hora de partir al cielo, nuevamente. O en caso contrario, al perder la razón de seguir existiendo, al ser sobrecargados de un coloso dolor devastador, el corazón dice basta, y el cuerpo obedece.
-Papá… ¿Por qué murió mamá?
-No lo sé. Sospecho que Dios no podía permitir que tan maravillosa creación suya genere mucho más gozo en alguien que Él mismo en este mundo. Es por eso que la retornó a su lado, a donde siempre perteneció.
—¿Dios es malo?
—No hijo, no lo es. Sólo que no le agrada que sus más grandes y bellas obras sean contaminadas en este nebuloso lugar. Es por eso que muchas personas asombrosas, ya no están entre nosotros.
—Papi, ¿morirás como el abuelo?
—No lo creo. Cada uno tiene su propio destino y final. Día tras día, estaré sentado en esta banca donde tu madre, tú y yo solíamos estar, bajo las hojas naranjas y secas de este árbol. Viendo las silenciosas crestas del mar, mirando hacia el muelle donde vi por última vez a tu abuelo. Preguntándome cuánto dolor puede soportar un simple mortal. Luego de haber llorado la última gota de sangre que de mi cuerpo pueda brotar. Luego de dejar a mi paso ríos de lágrimas con sabor a dolor. La neblina y el vapor del bosque rodearán mi cuerpo hasta consumirme. Y llevará consigo el amor que les tengo, para generar 132 primaveras, y la agonía que fue apagando mi vida quedará entre grises nubes, formando violentas tormentas, rodeando el mundo, recordándole a la gente que la felicidad absoluta nunca dura mucho en esta Tierra.
—Yo siempre estaré a tu lado, papá.
—Lo sé, hijo, lo sé.
—Te amo.
—Y yo ti. Los amo más de lo que a cualquier hombre le es permitido.

Dos lágrimas cayeron entre las hojas derrotadas sobre el gras. Atrás, la niebla y la brisa agitaban las ramas, recordándole que el rio de dolor estaba por llegar a su final.
—Te amo, papi—fue lo último que la brisa vocalizó antes de desvanecerse nuevamente entre el bosque. Dejando al hombre solo una vez más, sentado en la banca, como lo venía haciendo desde hace ya bastante tiempo. Con una única esperanza, que llegue el día de su ansiado final. Dejar atrás aquel lugar, y reecontrarse con ellos.

R.

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